Freud y Hockney compartieron una sesión de cien días para lograr la obra.
En una subasta de Sotheby´s en Londres, que se estima que ronde entre los 9 y los 14 millones de euros, se venderá el retrato que Lucian Freud pintó de su colega David Hockney, una obra que refleja su larga amistad y que fue pintada durante una sesión de más de 100 horas que compartieron en 2002.
La obra de uno de los grandes genios de la pintura figurativa del siglo XX, que da cuenta de la admiración y el respeto profesional que compartieron los dos genios de la pintura durante cuatro décadas, será subastada el 29 de junio.
“Es difícil pensar en dos grandes artistas británicos tan aclamados como Lucian Freud y David Hockney. En este magnífico retrato somos testigos no solo de la relación duradera de estos dos maestros, sino, además, de un ‘tour de force’ del retrato”, analizó Tom Eddison, director de la sección de arte contemporáneo de Sotheby’s.
El retrato fue pintado en los meses previos a la gran retrospectiva de Freud en la Tate Britain y permite conocer más de cerca a los secretos de una amistad que duró más de 40 años y que condensaba admiración profesional y estima personal.
En 2002, Freud tenía casi 80 años y era considerado el pintor más importante del Reino Unido. Su amigo Hockney, por su parte, con 65, ya era considerado como uno de los artistas británicos más influyentes del siglo XX.
Freud eligió pintar a Hockney ensimismado, atento y mirando por encima de sus anteojos redondos. La obra fue, además, la última de una serie de modelos ilustres pintados por Freud entre 2001 y 2002: desde la reina Isabel II hasta Kate Moss. Durante su carrera, también pintó a amigos, amantes, aristócratas y otros artistas.
Según cuenta Sotheby’s en el texto de promoción de la subasta, durante cuatro meses Hockney caminó por Holland Park hasta llegar al departamento de Freud. “A veces llegaba temprano y escuchaba como él subía las escaleras de dos en dos. No se queda atrás a los ochenta. Nunca quiso ser visto como alguien inactivo”, contó Hockney, en su rol de modelo.
La sesión fue un largo encuentro que incrementó la admiración mutua. Para Hockney, la técnica que aplicó Freud fue impactante. “La charla de Lucian siempre era fascinante. A veces eran solo chismes sobre personas que ambos conocíamos, muy divertidos y que me hacía reír. Pero también hablamos mucho de Picasso, Ingres, Tiepolo…”, recordó Hockney sobre aquella larga sesión compartida.
“Fue emocionante verlos juntos, como los dos cancheros de la escuela, absortos en la conversación del otro. Me gustó que Hockney dijera que disfrutaba de la lentitud del progreso de la pintura porque eso les permitía charlar. A todos gustaba charlar con papá, era muy interesante”, contó Bella Freud, testigo de aquellos días de 2002.
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