21 noviembre, 2024
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Sale a la luz el último tesoro de Kafka: todos sus dibujos

«Debes saber que tiempo atrás era un gran dibujante… En aquella época, que ya han pasado muchos años, esos dibujos me satisfacían más que cualquier otra». Con estas palabras se confesaba Franz Kafka (1883-1924) con Felice Bauer en uno de los muchos intercambios epistolares que mantuvo el escritor checo con su prometida. Porque la escritura fue el faro y la razón de ser del autor de ‘La transformación’, sí, pero el dibujo siempre estuvo ahí, como un amor de juventud cuyo ardor jamás llegó a extinguirse del todo.

«¿Te gusta mi dibujo? Debes saber que tiempo atrás era un gran dibujante, pero luego me puse a aprender dibujo académico con una mala pintora y eché a perder todo mi talento.

 ¡Imagínate! Cualquier día de estos te mandaré unos dibujos viejos,para que tengas de qué reírte»», le insiste Kafka a Bauer, a quien llega a dibujarle en una de sus cartas una suerte de didático croquis con las diferentes maneras que tienen los amantes de agarrarse del brazo mientras pasean por el parque.

Sobre con distintas figuras y cabezas, de 1905 o posterior
Sobre con distintas figuras y cabezas, de 1905 o posterior – G. G.

«Hay momentos en los que la literatura no era suficiente y utilizaba dibujos»; ilustra ahora Joan Tarrida, editor de Galaxia Gutenberg y encargado de publicar en España ‘Los dibujos’, volumen que reúne por primera vez todos los dibujos, muchos de ellos inéditos, que el escritor checo realizó entre 1901 y 1924. «Kafka empieza a dibujar antes que a escribir», destaca Tarrida, para quien con la publicación de esta antología de obra gráfica se coloca la última pieza del vasto y complejo puzzle kafkiano. «No queda nada más inédito. Sólo los cuadernos de cuando estudiaba hebreo», desvela el editor.

Periplo rocambolesco

Pese a que algunos de estos dibujos ya habían visto la luz y 40 de ellos aparecieron en 2011 en un libro publicado por Sexto Piso, el resto, más de un centenar, permanecieron fuera de la circulación hasta 2019. La historia, como casi todo lo que tiene que ver con el autor de ‘El proceso’, es rocambolesca y orilla el dislate: tras la muerte de Kafka en 1924, su amigo y albacea Max Brod recopiló el legado del autor, hizo caso omiso de la petición de Kafka de prenderle fuego a todo, y se lo llevó a Palestina huyendo de los nazis.

Casa con jardín, de entre 1901 y 1907
Casa con jardín, de entre 1901 y 1907 – G. G.

 

Con los años se publicarían las obras completas y algunos dibujos servirían para ilustrar libros del propio Brod como ‘La fe y la doctrina de Franz Kafka’ o su biografía de 1937. El grueso de la obra gráfica, sin embargo, seguía bajo llave, y cada petición de publicación o exposición era despachada por Brod con excusas relativas a la fragilidad de los materiales.

El problema, sin embargo, era otro, ya que en realidad Bron no tenía los dibujos: se los había legado a su secretaria y amante, Ilse Ester Hoffe. Fue la muerte de ésta en 2007 lo que desencadenó un litigio que ganó la Biblioteca Nacional de Israel gracias a una cláusula del testamento de Brod que decía que los dibujos debían ser depositados en la biblioteca israelí. Un jaleo a la altura de las desventuras de Josef K que termina ahora con la publicación simultánea en siete países de unos dibujos y bocetos que Kafka realizó, sobre todo, entre 1901 y 1907, mientras estudiaba primero Química y después Derecho en la Universidad Alemana de Praga.

Figuras humanas de su cuaderno de dibujo
Figuras humanas de su cuaderno de dibujo – G. G.

Su pulsión artística, fuertemente anclada a la visión de dos cuadros en el escaparate del local de un marchante de arte cuando tenía quince años, le llevó incluso a matricularse en Bellas Artes, pero al final pudo el pragmatismo y se decantó por la carrera de leyes. En ningún momento, sin embargo, dejó de interesarse por el arte y aprovechó hojas y cuadernos para reducir figuras humanas a un par de trazos. Esbozos de influencia japonesa en la que los cuerpos flotan sin entorno y son «desproporcionados, planos, frágiles, caricaturescos, grotescos, carnavalescos», en palabras de Andreas Kilcher, experto en la obra de Kafka que aporta un ensayo sobre la relación del autor con el dibujo. Y es que también ahí, como en su obra escrita, está el humor grotesco y la desesperación. El expresionismo y, sobre todo, la fijación por el cuerpo humano. «Todo lo físico tiene una gran importancia», apunta Tarrida.

De ahí el ensayo que incluye el volumen y en el que Judith Butler habla de cuerpos que se desgajan y buscan disolverse, y de ahí también la antología de personajes que, con bastón o a caballo, difuminados en el centro del cuaderno o incrustados de los márgenes de hojas recortadas o arrancadas de cuajo, ponen cara y lápiz sobre tinta a las pesadillas que alimentaron las palabras de Kafka.

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