A solamente cuatro días de cumplir 22 años, el bonaerense Enzo Fernández ya es un futbolista internacional de elite y en realidad todo indica que en el mejor de los casos referimos una acotada parcela de lo que se perfila como una carrera extraordinaria.
Claro, admitido: cualquiera más o menos atento a la fría vara de la lógica formal podría exclamar: ¡pase lo que pase la carrera de Enzo Fernández ya es extraordinaria!
Y cómo no: ¿qué decir de quien se sumó a la Selección Argentina poco antes de Qatar 2022, se metió entre los titulares con el Mundial ya empezado, destacó, brilló, la descosió en el campeón y a la hora de la premiación se llevó el trofeo destinado al mejor jugador menor de 23 años?
¿Qué decir de quien a un año y medio de la Copa del Mundo se abría paso entre la vulgaridad de un apellido con varias páginas en la guía y un nombre de pila de los que al hincha de River promueve el inconfundible cosquilleo de la emoción?
Eran los tiempos en que nuestro personaje transitaba la cancha sobre una alfombra imaginaria y ejercía el don de la batuta en el equipo de Defensa y Justicia ganador de la Copa Sudamericana y de la Recopa Sudamericana.
(Aplauso, medalla y beso a Hernán Crespo y Sebastián Beccacece, los entrenadores que en Florencio Varela coincidieron en detectar las infrecuentes condiciones virtuosas de un pibito de aire angelical).
Cuando en junio de 2021 el Muñeco Gallardo lleva el nombre de Fernández a la cabeza de la nómina de refuerzos de la mitad de temporada y gestiona la ejecución de la cláusula de rescisión, una gran mayoría de la grey millonaria aprueba el volantazo, pero más de cuatro sueltan la profecía maledicente: “River no es Defensa y Justicia, eh. Vamos a ver si este pibe se banca una camiseta pesada como la nuestra”.
Y el pibe nacido en San Martín no solo sostuvo la presión de una camiseta pesada, sino que además sobró paño para honrarla y despertar el serio interés de los cazatalentos al servicio de las ligas europeas.
Fernández, Enzo Jeremías Fernández, se marchó de River con decenas de partidos de nivel imperial y números robustos: 12 goles y 9 asistencias en 53 presencias. Notable, ¿verdad?
Y si hablamos del Mundial, no con el siempre complejo y polémico “diario del lunes”, más bien que con el diario del 19 de noviembre, esto es, el diario del día anterior al comienzo de la competencia, ¿cuántos apostábamos por un Enzo Fernández patrón de la vereda?
¿Cuántos? La estadística era francamente baja.
Pero Fernández jugó en Qatar con soltura de potrero y pericia de altas cumbres, una mixtura que, por sencilla que parezca, está reservada al reducido lote de los futbolistas de calidad suprema.
Esos futbolistas que, según la vulgata periodística, nos acostumbramos a llamar “diferentes”.
¿Es cierto que los excesos de celebración en su dicha de flamante crack de un campeón mundial frustraron la chance de pasar al Chelsea en una cifra astronómica? Eso parece.
¿Es cierto que en la secretaría técnica del Real Madrid pusieron paños fríos a más de un febril dirigente que pretendía que en menos que cantara un gallo Enzo jugara en el estadio de Chamartín? También.
En todo caso igual de cierto como que bastó un solo partido, el de le reaparición, para que el mayúsculo mediocampista que propicia estas líneas se metiera en el bolsillo a la afición de Benfica y tomara las cosas donde las había dejado en Qatar.
No será indispensable demasiada perspicacia para deducir que más temprano que tarde Enzo Fernández dejará el club luso y que, amén de ser una de las estrellas de la Selección Argentina que pondrá proa hacia el Mundial de 2026, se calzará una casaca de linaje en las grandes ligas.
Como con todo, el tiempo será testigo, pero ya tenemos constancia de sobra que Fernández y las hojas del almanaque cultivan una relación singular, armónica, dichosa: un verdadero caso de amor sin barreras.
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