23 noviembre, 2024
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Cien años de la muerte de Pradilla, el pintor que enloqueció a Juana

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La España decimonónica imaginó la historia del país como una gran novela, con giros, dichas, tragedias, rostros, humanidad… Para vertebrar este relato, la nación se valió de toda una corte de artistas que vislumbraron un pasado lleno de emoción y, dicho sea de paso, con alguna que otra licencia. El aragonés Francisco Pradilla Ortiz, fallecido hace justo cien años, es responsable de algunas de las obras más icónicas que ocupan el imaginario español.

‘Doña Juana la Loca’, que recibió la medalla de honor en la Exposición Nacional de 1878, o ‘La rendición de Granada’ son dos de las obras más reconocidas de un pintor muy prolífico y con una faceta que sobrepasa el género histórico. «Nuestro objetivo

 es mostrar al Pradilla desconocido, un pintor que por una serie de razones desde que murió fue en buena parte olvidado», explica la historiadora Soledad Cánovas del Castillo sobre un artista que logró distinciones en Viena, París y otras grandes ciudades europeas.

Esta especialista se encuentra, junto con Sonia Pradilla, biznieta del pintor, enfrascada en los preparativos de cara a mayo de una exposición en el Museo de Historia de Madrid dedicada al artista maño. Zaragoza, su tierra de cuna, alberga hasta el mes de enero en la Lonja otra muestra con 187 obras suyas, 84 de las cuales no se habían mostrado al público hasta ahora. Estas y otras iniciativas, incluida una del Museo del Prado y un busto en su pueblo Villanueva de Gállego, completan los esfuerzos por mostrar nuevas dimensiones del pintor cuando se cumple el centenario de su muerte.

Dimensiones que ayudan a comprender las contradicciones que envuelven su figura. Conocido por ser un gran retratista, a él, sin embargo, no le interesaba tanto el género como las pinturas costumbristas o los paisajes. Y aunque inmortal por esas obras de temática castiza, lo que le hizo mortal y pagó buena parte de sus facturas fueron cuadros de enorme recorrido internacional. «En vida abrió mercado en Alemania, donde fue muy apreciado y formó parte de la academia de Berlín. Del mismo modo, sus paisajes fueron muy valorados en Inglaterra… Aparte de las obras que pintó para exposiciones en Buenos Aires y Río de Janeiro», señala Cánovas del Castillo.

Pradilla pasó más de veinte años en Roma, donde se cruzó con Joaquín Sorolla, al que traspasó parte de su magia, y se marchó de allí solo para asumir el puesto de director del Museo del Prado, lo cual solo le trajo disgustos en su breve etapa de dos años al frente de la pinacoteca. El artista se vio atrapado por las limitaciones administrativas y salpicado por el escándalo de la desaparición de un pequeño boceto de Murillo. Este hecho, medio silenciado en su momento, persiguió durante años al artista.

En una carta dirigida a su amigo el pintor Hermenegildo Estevan, Pradilla escribió sobre su mala experiencia en el Prado: «Aquello es un semillero de disgustos, porque entre unos y otros queda reducido el tal cargo a una especie de maestro de casa pobre y ruin […], hubiera incurrido en imperdonable irresponsabilidad si no hubiera protestado en distintas comunicaciones y finalmente con mi dimisión, contra un sistema que compromete la seguridad de las obras, pero el Ministro se ha mostrado indiferente con mis demandas […]».

Con cincuenta años, cansado y retirado de la vida pública en la soledad de su estudio madrileño, se dedicó de forma casi monasterial a la pintura, recibiendo a numerosos amigos como Pérez Galdós, Núñez de Arce, el marqués de Pidal o el mismísimo Alfonso XIII, que solía visitarlo con frecuencia.

El día 2 de noviembre de 1921, ABC escribió en el artículo sobre su fallecimiento que «España ha perdido a uno de sus más insignes pintores: a D. Francisco Pradilla, que falleció ayer en Madrid. Maestro entre maestros, la fauna le aureoló desde muy joven, y su firma se honró con el galardón y el homenaje en casi todos los países de Europa. Una voluntad entera, vigorosa, encendida por los fervores de la vocación, le deparó el dominio de la técnica cuando otros muchos de su época aún balbuceaban en los comienzos».

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