21 noviembre, 2024
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Cancelación, una tendencia que avanza y asume formas peligrosas de impugnación sobre obras y autores

Con el suficiente poder vocativo para derretir trayectorias, clausurar la circulación de una obra o licuar conflictos bajo el peso de una normatividad que se pretende concluyente, la llamada “cultura de la cancelación” que se instaló hace un tiempo en la agenda pública adquiere cada vez más matices inquietantes y como eco tardío de la postverdad habilita impugnaciones sin pruebas contundentes, como el rumor que recientemente atribuyó delitos sexuales al  filósofo francés Michel Foucault o la exhumación de una vieja y desacreditada denuncia por abuso que empañó las evocaciones afectuosas en torno al escritor Carlos Busqued, fallecido el pasado 29 de marzo.

Un escritor muere y los panegíricos en torno a su breve pero celebrada obra se van enrareciendo con comentarios que aluden a una antigua –y finalmente desestimada- denuncia judicial por acoso. Un prestigioso filósofo francés que dedicó gran parte de su vida a estudiar las relaciones de poder es acusado sin pruebas sólidas por un colega que cuarenta años después confiesa haber sido testigo de sus delitos sexuales. Las dos escenas remiten a una misma secuencia: un pasado a veces improbable se interpone en el presente para alterar drásticamente la ponderación de una figura pública y entronizar una argumentación unilateral que no admite contrastes porque la ausencia del “aludido” quiebra toda chance de defensa o refutación.

Tras la muerte de Busqued, la evocación elogiosa en las redes se cruzó con una antigua denuncia por abuso sexual.

Tras la muerte de Busqued, la evocación elogiosa en las redes se cruzó con una antigua denuncia por abuso sexual.

Esos episodios recientes vinculados con la muerte del escritor Carlos Busqued -cuya evocación elogiosa en las redes se cruzó con una antigua denuncia por abuso sexual- y las imputaciones que el intelectual francés Guy Sorman realizó sobre el autor de “Las palabras y las cosas”, simbolizan un giro peligroso en lo que se ha dado en llamar cultura de la cancelación, una práctica que con el correr del tiempo va sofisticando sus métodos de inculpación para salir al cruce de obras o pensamientos y señalar su descolocamiento o extravío frente al paradigma legitimado por la época.

“La cancelación es hija del escrache fascista que inventaron los militantes que seguían a Mussolini hace un siglo para aterrorizar a cualquiera que se pusiera en su camino hacia el poder. Y el escrache fascista es hijo de las hogueras de la Inquisición medieval. Es una misma familia de violencia: siempre según el estilo de la época. Se escracha, se quema o se cancela a los ‘enemigos’ religiosos, culturales, morales, políticos (o todo esto junto, por lo general)”, señala a Télam el escritor y crítico de arte Daniel Molina, que despliega una picante rutina en redes a través de su cuenta @rayovirtual.

“Se hace de manera instantánea, sin defensa posible y sin apelación. Siempre la cancelación es un acto cobarde: son patotas amplias, masivas, atacando a individuos aislados”.

Daniel Molina, autor de Autoayuda para snobs

Harwicz, autora de "Degenerado".

Harwicz, autora de “Degenerado”.

La escritora Ariana Harwicz sabe bien cómo inciden estos tiempos de exacerbada corrección política sobre la circulación de una obra, qué pasa cuando el mercado acusa recibo de la audacia cuestionada y decide darle la espalda a un texto que tiempo antes respaldaron los editores y refrendaron la crítica y los premios. Su más reciente novela, “Degenerado”, donde el narrador asume la identidad de un hombre que ha sido detenido y juzgado por violar y matar a una nena, sólo logró ser traducida en países como Rumania, Irán, Irak, Egipto. Pánico editorial, en cambio, fue la reacción seriada en los países del continente europeo, donde vive desde 2007.

Cultura de la cancelación es de por sí un oxímoron, una contradicción que marca un eje de marketing, mejor dicho, la semántica del horror del marketing en la cual vivimos. Acá en Francia la irrigación y la sumisión a lo que irradia Estados Unidos es total, igual que en Inglaterra, Alemania, España, Italia o los países de Europa del Este: la lógica ideológica es la misma. No hay más Muro de Berlín, no hay más Guerra Fría. Entonces, el poderío de la cancelación es caprichoso, diabólico y se muerde la cola, porque muchos de los que gritan y cancelan a otros son a su vez luego cancelados”, destaca la autora a Télam.

“Es esa lógica perversa de que nadie se salva. Muchos en Estados Unidos han acusado a otros de hacer obras homofóbicas, de apropiación cultural, de supremacía blanca, transfobia, etc… Recuerdo el caso de un autor que sacó una novela sobre su experiencia gay y lo acusaron de mercantilizar y negociar con la identidad gay sin ser él del todo gay y tuvo que autocancelarse”, indica.

“Acá no se salva nadie. Es una lógica de topadora donde mueren todos y lo que se pretende es arrasar con el pensamiento”.

Ariana Harwicz

Dar entidad a la marea cancelatoria implicaría para la ensayista y curadora Andrea Giunta blindarse al grueso de la producción artística e intelectual de todos los tiempos y confrontarse a un vaciamiento de los principales acervos mundiales: “Si esto significa eliminar de la historia a los pedófilos, abusadores, violadores, muy probablemente dejaría los museos y los estantes de las bibliotecas vacíos”, dice a Télam.

“Voy a seguir viendo películas de Woody Allen y de Polanski y, por supuesto, seguiré leyendo a Foucault. Esa es mi decisión personal”

Andrea Giunta

“Al mismo tiempo, trabajo intensamente porque el canon de la cultura occidental, que ha sido tan restrictivo, machista y patriarcal, incorpore artistas cuya ausencia restringe y empobrece nuestra cultura. La exposición curada por Georgina Gluzman en el Museo Nacional de Bellas Artes es un ejemplo de lo que me interesa en este momento conocer, obras de artistas que estuvieron borradas, no la repetición de los mismos nombres que ya conocemos”, indica.

“En cuanto a los premios, todos deberían saber que las instituciones tienen códigos de ética y tienen todo el derecho de retirar un premio si se concede a quien ha violado dichos códigos. ¿El trabajo premiado hay que cancelarlo? No, de hecho ya ha sido publicado. Toda la libertad para leerlo”, subraya Giunta, que alude sin mencionarlo directamente al crítico de arte Rodrigo Cañete, quien días atrás recibió el Premio Peter C. Marzio 2020 -otorgado por el International Center for the Arts of the Americas del Museo de Bellas Artes de Houston por un ensayo sobre el Centro Cultural Rojas en la década de 1990- pero le fue revocado tras las protestas de distintas asociaciones de arte que lo cuestionan por el contenido violento y xenófobo de su blog LoveArtNotPeople.

Marieke Lucas Rijneveld renunció a traducir a la poetafroamericana Amanda Gorman tras las reacciones violentas generadas por la crítica de una activista.

Marieke Lucas Rijneveld renunció a traducir a la poetafroamericana Amanda Gorman tras las reacciones violentas generadas por la crítica de una activista.

La operación de traer al presente un episodio pretérito para desacreditar una obra incómoda por sus formulaciones o por los posicionamientos personales de quien la suscribe, es solo una de las variantes del fenómeno cancelatorio. Se puede ser incorrecto a través del pensamiento pero también por un género o color de piel: hace unas semanas Marieke Lucas Rijneveld, la persona holandesa que se define como no binaria y que cobró notoriedad al ganar en el 2020 el International Booker Prize, se retiró de un proyecto para traducir el trabajo de la poeta afroamericana Amanda Gorman tras las reacciones violentas generadas por la crítica de una activista para quien la traducción debía estar en manos de un especialista de raza negra como la autora.

Unos días después corrió la misma suerte el traductor Víctor Obiols, que fue desechado por el sello Viking Books para traducir al catalán a la joven poeta que deslumbró en la asunción de Joe Biden al leer el poema “La colina que subimos”. “Fui vetado porque, a pesar de admirar mi curriculum vitae, quieren una traductora mujer, activista y preferiblemente negra. He sido víctima de una nueva inquisición”, se descargó el autor en Twitter.

Sin pistas y sin pausas

“Algo llamativo es que no hay pauta. Cualquiera puede ser cancelado, incluso los canceladores. Y aún en gran expansión, no es algo organizado y ni siquiera es masivo ni popular. El 99,9% de las demandas de ‘cancelación’ nacen de mínimos grupos de clase media-alta, académicos o con paso por la academia, muchas veces por personas con un protagonismo activo en diferentes academias”, analiza la artista y ensayista Bárbara Pistoia.

“Hay algo también del clickbait ahí articulando su expansión, pero cuando uno busca un poco más allá del título que omite el ‘quiénes’ (cancelan) siempre son grupos minúsculos, más aún, hay veces que tan solo es una persona desde una columna de opinión”

Bárbara Pistoia

“Esa generalización/omisión, en una época que reacciona de forma inmediata a todo, levanta más vuelo y alboroto que el hecho en sí. Las reacciones, a favor o en contra, son tan efímeras como las razones que suelen presentarse para ‘cancelar a’”, explica a Télam la directora del sello Síncopa Editora, que editó el ensayo coral “Todo Diego es político”, dedicado a analizar la figura de Diego Maradona.

Para Florencia Angilletta, doctora en Letras, la corrección política “es la forma rápida de nombrar cierto malentendido que organiza parte del debate cultural luego de la caída del muro de Berlín y el ‘fin’ del ‘corto siglo XX’”, y a la vez “un intento por neutralizar los efectos de ciertas condiciones de enunciación que involucran a las minorías”. La autora es taxativa: no por sustituir “aborígenes” por “pueblos originarios” o “afroamericanos” por “negros” quedarían pulverizadas las asimetrías de poder y las estigmatizaciones que involucran a estos grupos.

Angilletta, que le dedica al tema varios tramos en su filoso libro “Zona de promesas”, postula que la incorrección política acaba por sostener aquello que pretende combatir. “Estos debates son actualizados por la cancel culture, que suma ciertas modulaciones, como la dinámica de las redes sociales –la viralización de esos escraches o linchamientos–, la centralidad de los feminismos –la mayoría de los cancelados son varones–, el pase de la confrontación o debate al pedido de anulación de la existencia misma del otro, la tensión entre creación, sujeto y moral”, enumera.

“No se niegan los problemas que la cancel culture cree que señala –asimetría, poder, injusticia–, aunque sí se advierte el equívoco que supone su proposición moral: los malos son los otros, la cancelación nunca me pasará a mí”, indica.

Nuevos horizontes represivos y una amenaza a los límites de la creación

Un paso más allá del imperativo de acompañar un pensamiento con una vida privada libre de actos cuestionables o ideológicamente inaceptables –como podrían ser examinados los posicionamientos próximos al nazismo del ensayista Martin Heidegger o el escritor Louis Ferdinand Céline,- se suma por estos tiempos una nueva demanda que exige ajustar los comportamientos de los personajes al ideario de su creador o creadora. Así, el narrador y el protagonista de una obra debe reflejar el credo bien pensante de quien la suscribe, o en todo caso éste debe dar a entender que condena el accionar de sus criaturas.

¿Se puede escribir desde un imperativo moral o la literatura busca por el contrario horadarlo? ¿La corrección política es realmente una amenaza o estos riesgos son un espejismo construido por los horizontes normativos de la virtualidad? “Toda intervención política hoy de un artista, ya sea en un libro, en redes o en una nota periodística, es un riesgo. Por eso valoro tanto a los artistas o escritores que lo hacen de verdad, no para subrayar lo subrayado y estar con las causas ganadas. Y por supuesto que no se le puede exigir moralidad a un artista ¿Qué hacemos con Joyce, con Dostoievski , con Céline? -indica Harwicz-. ¿Por qué se ataca el arte? Porque atacando el arte se ataca el imaginario y nada más fuerte y poderoso que el imaginario de una época. Pensamos a través de ellos”.

La escritora radicada en Francia debutó en la literatura con “Matate, amor”, una novela sobre la maternidad que le valió la nominación al prestigioso premio Man Booker International pero que paradójicamente le genera el bloqueo de su cuenta de Twitter cada vez que pretende mencionarla, ya que para esa red social el título funciona como una “incitación” a la autolesión.

“Lo que intenta esta cultura de la cancelación es negar al sujeto histórico, trata de negar eso. Me parece una iniciativa de la negación que se inscribe en sociedades capitalistas y negadoras que dicen que las dictaduras o Auschwitz ya pasaron y damos por cerrados los procesos históricos como si se tratara del capítulo de un libro, como si los sobrevivientes de los campos de concentración no se siguieran suicidando o los hijos de desaparecidos de la última dictadura teniendo pesadillas y traumas”, plantea.

“Cuando la cancelación se cruza con el arte se produce una tragedia. El arte es, de por sí, en su esencia, contestatario: eso significa que produce fuera de las limitaciones (morales, políticas) de la época. Obviamente que si una obra es realmente de arte va a ser mal vista por la moral de la época. El arte habla de lo que la moral de los que no piensan no puede hablar –plantea Molina-. Además, una obra de arte es siempre hecha por personas. Y las personas son todas falladas”.

Ariana Harwicz

“Cuando se toma a cualquier individuo y se lo sube a un escenario y se lo desnuda, lo más probable es que no veamos una belleza prístina y un alma inmaculada: todos tenemos secretos, mezquindades, cosas horribles en nuestra alma. Elegir a unos u otros para juzgar en público porque algunas de sus acciones no nos agradan (o ni siquiera por eso: solo porque alguien que los detesta los ha denunciado, a veces en contra de fallos judiciales que los declararon varias veces inocentes) es miserable. Es propio de esta época éticamente miserable en la que vivimos”, amplía.

Si la literatura funcionó siempre como territorio para la indagación de lo oscuro, de pulsiones en cuya viscosidad se aloja lo perturbador o lo perverso, hoy esos límites no parecen tan franqueables y algunos autores aparecen más alcanzados que otros por esta nueva normatividad que exige asimilar desde la ficción la tolerancia a las minorías y los nuevos protocolos de género. Estos nuevos parámetros ponen en dificultades narrativas como las de Pedro Mairal, que en su antología de relatos “Breves amores eternos” ofrece una galería de personajes “incómodos”, desde voyeuristas que espían púberes por las redes y jóvenes varones que idean un ardid para filmar a una chica desnuda hasta hombres despechados que son capaces de subastar la virginidad de una mujer sin su consentimiento.

Pedro Mairal, autor de "Breves amores eternos" y "La uruguaya".

Pedro Mairal, autor de “Breves amores eternos” y “La uruguaya”.

Más de una vez el autor de “La uruguaya” ha tenido que rendir cuentas por las derivaciones argumentales de sus textos. “Ultimamente me he visto obligado a explicar que los personajes son ficción. Antes no me pasaba eso, no tenía que explicar que yo, como ciudadano, no soy mi personaje y que no necesariamente coincido con lo que piensa. Antes no había que explicar nada; ahora hay una nueva moral, con la cual, al menos en el mundo diurno, coincido, pero que no tiene por qué estar mis personajes”, dice Mairal en una entrevista reciente concedida a un periódico español a propósito de la edición en ese país de su libro “Salvatierra”.

“La página en blanco es un territorio de libertad total. No digo que eso no tenga sus consecuencias. Puedes ser juzgado severamente por lo que escribas, pero hay que asumirlo porque lo contrario te lleva a ese realismo de tipo soviético que pretende educar a las personas y que es medio aburrido”, acota.

En esa línea razona Harwicz: “Antes los artistas podían ir a ver como piensa un un violador, un torturador o un genocida. Pero ahora no se puede, no está permitido. Te tratan de perverso o de narcisista”. La autora de “La débil mental” y “Precoz” plantea también un arrasamiento de la ficción por parte los discursos asociados a la verdad: “Hoy muchos editores sacan un libro sobre una violada, pero si fue violada de verdad. Lo mismo con una historia sobre incesto: tuvo que haber sucedido y tuvo que haber llegado a los tribunales.  El morbo está puesto en que haya sido verdad. Es un desprecio a la escritura de ficción.

¿Se trata de una narrativa efímera o tardará mucho en ser erradicada de los discursos sociales? “El arte sobrevivirá y los niños que ahora están naciendo o los que nazcan en 10 años al llegar a adultos mirarán esta costumbre violenta de la gente políticamente correcta como una brutalidad incomprensible”, vaticina Molina.

La corrección política:  ¿amenaza real o espejismo construido por la virtualidad?

Cancelar, impugnar o apagar la otredad cuando genera incomodidad  o rechazo se ha convertido hoy en una marca de época, en una nueva derivación problemática surgida de la desnaturalización del debate en las redes sociales, moldeadas por algoritmos que agrupan a los usuarios por patrones de afinidad y generan una suerte de extrañamiento frente al disenso en los que la lógica del intercambio de argumentos es sustituida por el aplastamiento drástico de las diferencias por vía de la agresión o el bloqueo.

Para la psicoanalista Alexandra Kohan, falta el ejercicio de dialogar con el adversario.

Para la psicoanalista Alexandra Kohan, falta el ejercicio de dialogar con el adversario.

“Falta la gimnasia política de poder conversar con el adversario y no hacerlo pelota en las redes sociales. El asunto es ver qué tipo de conversación podés mantener con alguien que no piensa como vos. Porque si no, solo hablo con la gente que piensa como yo, solo escucho la radio que dice lo que yo pienso, etc… y al otro lo lincho,  como se hace habitualmente. Todo bajo el discurso de la pluralidad,  porque si alguien se declara intolerante y lo hace desde ese lugar ¡Listo! Pero en realidad todo el mundo se autopercibe tolerante y plural”, decía en una entrevista con Télam la psicoanalista Alexandra Kohan.

“Cualquier horizonte represivo, cualquier normatividad, se instala generando un imaginario. ¿Cómo subió acaso Hitler al poder? No creo que esta no cultura de la cancelación se instale únicamente en redes y funcione como una burbuja, como algo elitista que concierne a los que están en las redes y nada más. Muchísima gente fue despedida, llevada a la muerte social y convertida en paria, y no fue a partir de las redes. Es cierto que acrecientan y llevan a un especie de lugar extremo el linchamiento, pero también ocurre fuera de ellas”, matiza Harwicz.

Para Pistoia, sin embargo, la gran mayoría de las veces no llega a cristalizarse la cancelación “pero siempre termina funcionando para motorizar agendas, temas y/o como empujón de prensa. Lo que no quita la peligrosidad de su uso ni lo que va cultivando. Y agrega: “No lo minimizo, me parece grave y necesario de refutar, de ajustar bien cómo leerlo, porque en realidad lo que veo detrás de todo escrache y cultura cancelatoria es una disputa de poder”.

Más allá del alcance que tienen los señalamientos o demandas de impugnación dirigidas a todo pensamiento que no se adecúa al signo de época, lo que parece desmontar la llamada cancelación es el rol del conflicto dentro de las sociedades ¿En qué medida esta práctica atenta contra la idea de una trama democrática en la que se debe apelar a la construcción de consensos para conciliar posiciones antagónicas? ¿Proponer la invisibilización para desactivar el poder corrosivo de un pensamiento incómodo no se parece más a la herramienta de un régimen totalitario que a la de una instancia democrática?

“Más que atentar a un orden democrático, con democracias que están totalmente atentadas por desigualdades estructurales que a nadie parecen importarle tanto como cuando se sugiere ‘cancelar’ una escena de una película, atentan contra las convivencias sociales”, expone Pistoia. Y amplía:

“Porque si dentro de ese gran sector intelectual y cultural que la promueve o rechaza, más temprano que tarde, va a empezar a ser inevitablemente leída como una disputa de poder, para el gran afuera se construye un dispositivo de cacería, otro más, y como todo dispositivo de cacería, sabemos quiénes son siempre los más desprotegidos y desprotegidas”.

Muchas de las críticas que se impulsan en esta cancelación parecieran tener un origen subalterno -reconocimiento del racismo, de la desigualdad de género, de la autoridad y el poder, etc- pero cuando se activan parecen responder más a una práctica de sectores conservadores en redes sociales que de resistencia política cultural.

“Tal vez haya que empezar a pensar cómo enfrentar las prácticas de escrache y cancelación junto a esa otra gran pregunta de época que es qué hacer con los discursos de odio en general. En cualquiera de los casos me parece que es esencial tener una mirada integral y no mero afán de defender libertades bajo una lupa individual o gozadora de ciertas garantías de raza y clase”, explica la experta en conflictos raciales y autora del libro “Por qué escuchamos a Tupac Shakur”.

Pistoia pone como ejemplo sintomático del recorrido real que tienen las demandas de cancelación lo que ocurrió con el film “Lo que el viento se llevó”, que fue retirado durante un tiempo de la señal HBO por ofrecer una visión idealizada de la esclavitud hasta que reapareció en la oferta del servicio de streaming con una leyenda que advertía de su contenido incómodo.

“La agenda era un poco más compleja, grave y más urgente: brutalidad policial y racismo. Una de las pocas reacciones fue la del gerente de programación que anunció un relanzamiento con un marco teórico, y así sucedió. Pero la noticia solo se quedaba en el pedido de la cancelación y en el acuse de censura, además de haber tenido mayor impacto fuera de Estados Unidos que dentro, porque obviamente estaba todo muy incendiado por temas más importantes”, concluye Pistoia.

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